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Mensagem por O dedo na ferida Dom Nov 30, 2008 5:30 pm

Aquí están las armas de destrucción masiva

THOMAS L. FRIEDMAN 30/11/2008

Tengo que hacer una confesión y una sugerencia. La confesión es que últimamente, cuando entro en algún restaurante, miro hacia las mesas a mi alrededor, que con bastante frecuencia siguen repletas de gente joven, y me invade un incontenible deseo de ir mesa por mesa diciéndoles: "Ya sé que no me conocéis de nada, pero tengo que deciros que no deberíais estar aquí. Deberíais estar ahorrando dinero. Deberíais estar en casa comiendo bocadillos de sardinas. Esta crisis económica va a alargarse durante mucho tiempo. Esto no es más que el fin del principio. En serio, pedid que os pongan ese filete para llevar y marchaos a casa".

Teníamos enterradas las armas en el jardín, con las hipotecas 'subprime' y los productos derivados de ellas
Ahora ya entenderán por qué últimamente no me suelen invitar a cenar. Si de mí dependiera, ahora mismo se celebraría una sesión extraordinaria del Congreso, se reformaría la Constitución y se pasaría la fecha de la ceremonia de investidura del 20 de enero al Día de Acción de Gracias. Olvidémonos de las galas; no nos lo podemos permitir. Olvidémonos de las tribunas; no las necesitamos. Denme un juez del Tribunal Supremo y una Biblia, y hagamos (por convicción) que Barack Obama jure el cargo ya mismo, con las mismas prisas con que lo hicimos (por necesidad) con Lyndon B. Johnson en la parte trasera del Air Force One.

Por desgracia, llevaría demasiado tiempo conseguir que una mayoría de estados ratificara una reforma semejante. Pero lo que sí podríamos hacer ya, según el experto en el Congreso Norman Ornstein, coautor de The Broken Branch, sería "pedir al presidente Bush que nombre de inmediato a Tim Geithner, quien ha sido propuesto por Barack Obama para el puesto de secretario del Tesoro". Que se convierta en un nombramiento de Bush y que ocupe su cargo la semana que viene. Esto no es ninguna crítica a Hank Paulson. Es simple y llanamente que no podemos permitirnos dos meses de transición durante los cuales los mercados no sepan quién está al mando ni adónde nos dirigimos. Por otra parte, el Congreso debería permanecer continuamente reunido para aprobar cualquier ley que fuera precisa.

Estamos ante un código rojo en toda regla. Como me comentaba un banquero: "Por fin hemos dado con las armas de destrucción masiva". Las teníamos enterradas en nuestro propio jardín, con sus correspondientes hipotecas subprime y todos los productos que se derivan de éstas.

Pese a ello, es evidente que el presidente Bush no puede poner en marcha los mecanismos para desactivarlas, como, por ejemplo, un plan de estímulo de gran calado para mejorar las infraestructuras y crear empleo; alguna iniciativa de gran calibre dirigida a los propietarios de viviendas que limite las ejecuciones hipotecarias y estabilice el precio de la vivienda, y, por ende, los activos hipotecarios; más capital para los balances generales de las entidades bancarias; y, lo más importante de todo, una enorme inyección de optimismo y confianza que nos diga que podemos salir y saldremos de esto con un nuevo equipo económico al timón.

Lo último es algo que sólo puede aportar el nuevo presidente Obama. El origen de nuestra enfermedad ahora mismo es tanto la pérdida de confianza en nuestro sistema financiero y en nuestro liderazgo como todo lo demás. No me hago ilusiones pensando que la entrada en escena de Obama sea como una varita mágica, pero no nos va a venir mal.

En estos precisos instantes se observa algo profundamente disfuncional, que raya en lo escandalosamente irresponsable, en el díscolo comportamiento de nuestra élite política; las cosas siguen su curso habitual en el momento económico más poco habitual de nuestras vidas. Parece que no captan que nuestro sistema financiero está en peligro.

"Parece que ya no hay unidad. La situación de urgencia parece menos agobiante", decía Bill Frenzels, ex congresista republicano durante 10 legislaturas y que en la actualidad trabaja para la Brookings Institution, en declaraciones a CNBC.com el pasado viernes.

No quiero que desaparezca del mapa la industria del automóvil de Detroit, pero ¿qué se supone que deberíamos hacer con los directivos de ese sector que viajan a Washington por separado en tres jets privados, piden que se les rescate con el dinero de los contribuyentes y no presentan un plan detallado para emprender una reconversión?

Los mercados bursátiles y crediticios no se han dejado engañar. Las acciones han empezado a cotizar a niveles de gran depresión, no a niveles de recesión. Ahora, con cuatro euros, se puede comprar una acción de Citigroup, y con lo que sobra, pedir algo en McDonald's.

En consecuencia, es muy posible que Barack Obama tenga que tomar la decisión más importante de su presidencia, antes incluso de que haya comenzado.

"Hay que hacer inmediatamente una valoración profunda que determine cuál es la dimensión y la gravedad de la situación", afirma Jeffrey Garten, catedrático de finanzas internacionales de la Yale School of Management. "Se trata de una valoración crucial. ¿Pensamos que bastará con unos 150.000 millones de euros para zanjar el problema o creemos que, a pesar de todo lo que hemos hecho hasta ahora -a pesar de los 560 millones de euros para sacar a flote a los bancos, del descenso de los tipos de interés y del modo en que ha intervenido directamente la Reserva Federal para apuntalar determinados mercados-, aún falta mucho para tocar fondo y que lo que tenemos delante es un profundo agujero en el que podría caer todo el mundo?".

Si es más bien lo segundo, entonces nos hace falta un enorme catalizador de confianza y capital para dar la vuelta a la situación. Y éste sólo lo pueden proporcionar el nuevo presidente y su equipo, en sincronización con las otras grandes economías del mundo.

"El mayor error que podría cometer Obama", añade Garten, "sería pensar que el problema es menor de lo que es en realidad. Por otro lado, sobrestimar lo que se necesitará para resolverlo es mucho menos peligroso".

La sabiduría popular dice que es bueno para un presidente empezar desde abajo, porque entonces sólo se puede ir hacia arriba. Y es cierto, a menos que el suelo se derrumbe antes de que ponga manos a la obra. -

Traducción de News Clips.

(c) New York Times News Service, 2008.


Thomas L. Friedman es columnista del diario The New York Times.
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