Los Madoff imploran compasión
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Los Madoff imploran compasión
Los Madoff imploran compasión
Un año después del suicidio del hijo mayor, la familia del sumo
estafador de la historia de Wall Street reaparece reivindicando su
inocencia. Una maniobra hipermediática que coincide con la promoción de
su libro de descargo
DAVID ALANDETE 05/11/2011
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Comentarios - 11
El patriarca lo dejó todo preparado para caer solo. Con la
honra propia de un capo de la mafia, después de haberles estafado 65.000
millones de dólares a sus inversores, Bernie Madoff decidió hacer algo
honorable: confesar ante sus dos hijos, Mark y Andrew, para que ellos le
delataran y así, de forma honrosa, se exculparan. Estoico, asumió su
culpa y trató de exonerar a los suyos. Ahora, lo que queda del clan
intenta reescribir la historia reciente de su saga, para culminar la
obra que hace tres años comenzara su progenitor, el mayor ladrón de la
historia de Wall Street: restaurar el honor de los Madoff.
La noticia en otros webs
"Me alegro de que el intento [de suicidio ] no tuviera éxito", ha dicho Ruth a la CBS"
Debemos aparecer y fingir que todo va bien", dijo Bernie a su esposa tras la confesión
Los dos hermanos, desde siempre rivales, quedaron unidos por la traición del padre
"Ruth es una mujer abnegada a la que el dinero nunca le importó", declaró Bernie en prisión
Bernie Madoff es, para la historia, un avaro, un desalmado, un
monstruo. A Ruth, su esposa, le ha costado verle así. Ella, que le había
conocido a los 13 años y se había casado con él a los 18, se mantuvo
fiel a su lado, aun en sus últimos días de libertad vigilada. Aguantó
que los tabloides neoyorquinos publicaran los nombres de las amantes de
Bernie. Que se escribiera sobre el abuso de la marihuana y la cocaína
por parte del matrimonio. Que los que habían sido sus amigos y vecinos
les trataran con una hiriente hostilidad. Ruth aceptó ser paria consorte
de Wall Street.
Solo ahora, Ruth Madoff busca paz. En una campaña
de reivindicación personal, ha comparecido ante los medios junto a su
hijo Andrew para explicarle al mundo que es inocente. Que no sabía nada
de los sucios negocios de su marido. Que ha roto con él. Ruth dice que
no supo ver el gran timo, tan ocupada estaba con su ropero de diseñador,
su apartamento en Manhattan, su chalé en los Hamptons, su mansión en
Palm Beach y su villa y yate en la Riviera francesa. Todo lo que ha sido
Ruth Madoff en las últimas dos décadas se lo debe a los 17 millones de
dólares en metálico que su marido robó a los clientes de su fondo de
inversiones.
LA PEOR HUMILLACIÓN PARA UNA MILLONARIA
En su
reciente campaña, Ruth, una mujer visiblemente derrotada, ha alegado
ceguera. "¿Por qué debía haber sabido que había algo siniestro en
nuestros negocios?", ha repetido en recientes entrevistas concedidas a
diarios y cadenas de televisión. Ha apelado a la compasión ciudadana. Y,
sobre todo, ha querido dar pena. No se explica de otro modo que haya
confesado, con voz ronca y mandíbula temblorosa, que el día de
Nochevieja de 2008 ella y Bernie tomaron un cóctel mortal del somnífero
Zolpidem y el ansiolítico Clonazepam. Dosis modestas, debieron ser. "Nos
levantamos al día siguiente. Me alegro de que el intento no tuviera
éxito", dijo en una comparecencia en la cadena CBS.
Y a pesar de
sus desesperadas peticiones de clemencia pública, muchas son las sombras
que proyectan los actos de Ruth antes de la confesión y arresto de
Bernie. ¿Por qué retiró 15,5 millones de dólares de diversas cuentas
corporativas, para dejarlos en un depósito personal, días antes del
arresto de su marido? Ella, que en los años sesenta había llevado la
contabilidad de las empresas de su marido, ¿ignoraba las extrañas
entradas y salidas de dinero en las cuentas? Mark, su hijo, le confesó a
su esposa, Stephanie, que cuando Bernie admitió sus delitos, Ruth se
quedó "con la cara en blanco, como una muerta viviente".
La nuera
de Ruth aún cree que ella sabía de la gran estafa antes que sus hijos. Y
que no hizo absolutamente nada para delatar a su marido.
Ruth ha
vivido la peor humillación a la que una señora rica se pueda someter:
está arruinada, confiscadas sus propiedades, cerradas las puertas de
familiares y amigos, sola en la vida por primera vez desde que alcanzó
la mayoría de edad. Cuando su marido se declaró culpable y fue condenado
a 150 años de prisión, nadie en Nueva York quiso alquilarle una casa.
Tuvo que recurrir a la infrecuente caridad de un conocido, que la aloja
en una casa de Florida. Desde allí conducía 12 horas para poder ver a su
marido en la prisión de Butner, en Carolina del Norte. Pasaba la noche
en un motel de carretera. Y volvía al día siguiente, conduciendo otras
12 horas más. El mismo ritual durante meses.
LAS CENIZAS DE LA FAMILIA MADOFF
De
aquella estirpe, antes poderosa, quedaba solo un ajado matrimonio.
Bernie había sido, más que un padre, un déspota. Dueño del dinero y de
los destinos de su mujer e hijos. La última vez que el clan Madoff se
reunió al completo en un mismo lugar fue en el apartamento de Bernie en
Manhattan, en la plomiza mañana del 10 de diciembre de 2008. En el salón
de paredes y alfombras verdes, el color de tanto dinero robado,
Ruth
ocupó un sillón de cuero. Era la esposa abnegada, acostumbrada a
aceptar órdenes, acallada con una sola mirada de Bernie. Los hijos,
Andrew y Mark, que nunca escaparon de la sombra paternal, con sus
futuros labrados dentro de la empresa familiar, tomaron asiento cerca. Y
el padre, el capo, el cabeza de familia, ocupó el centro, en un sofá.
"No
sé por dónde empezar". Las lágrimas asomaron en sus ojos. Entonces, los
hijos supieron que todo estaba perdido. Bernie nunca lloraba. "La
empresa es insolvente. Estoy arruinado. El dinero se ha esfumado. Se
acabó. Todo ha sido una gran mentira. Es un gran esquema Ponzi que he
mantenido durante años, y últimamente ha habido muchas amortizaciones y
ya no puedo mantener esto durante más tiempo. Simplemente, no puedo".
Llantos. "Os he estado mintiendo a todos durante años. He mentido a
vuestra madre, os he mentido a vosotros, he mentido a los clientes, me
he mentido a mí mismo".
Madoff les pidió a sus hijos una semana
para pagar a algunos clientes y tratar de echar algo de tierra en la
gran fosa de mentiras que era su empresa de inversiones. Mark, sin
embargo, no pudo tener a su padre delante durante un solo minuto más.
"¡Esto es una mierda!", le dijo. Y abandonó la habitación. Le acompañó
Andrew. Los dos hermanos, desde siempre rivales, quedaron unidos por la
traición del padre. De la casa de Bernie fueron al hotel Beekman Tower, a
encontrarse con el abogado criminal Marty London. En cuestión de horas
delatarían a su padre. A los ojos del mundo sería, inicialmente, una
traición de dimensiones freudianas. Dentro de la familia Madoff era,
probablemente, lo que el padre manipulador había planeado desde el
principio.
OBEDECER SIN PREGUNTAR
La noche de la confesión,
Ruth, impertérrita, se enfundó en una blusa de Prada, una falda de tubo y
unas botas de tacón, mientras fumaba compulsivamente. Su marido la
había ordenado que acudiera a la fiesta de Navidad en el restaurante
neoyorquino Rosa Mexicano, famoso por sus margaritas de granada.
"Debemos aparecer y fingir que todo está bien". "Sí, claro", respondió.
El papel de Ruth en 49 años de matrimonio había sido siempre el de
obedecer sin preguntar. En la fiesta, ante personas que perderían sus
empleos en cuestión de días, mantuvo la calma, con una sonrisa ausente.
"¿Dónde iréis en Navidades?", le preguntó una secretaria. "A Florida".
También esa casa, en Florida, había sido comprada con los ahorros
robados a aquellos empleados y a otros inversores.
Mientras, los
dos hijos desesperaban. La traición del padre les consumía. El más
devastado era el primogénito, Mark, el mimado de su madre. Simplemente,
se desmoronó. Tras delatar a su padre, ya en casa, se tumbó en la cama y
se puso a llorar, según rememora su viuda, Stephanie. "Nunca había
visto a nadie a quien quería tanto tan herido, tan profundamente
angustiado", recuerda. "Mi intento de consolarle se quedaba pequeño, era
inútil. Estaba agotado, conmocionado, mientras sus sentimientos pasaban
de miedo a incredulidad, de enfado a desesperación".
Mark no
volvería a hablar con sus padres. Su único contacto con ellos fueron
unas misteriosas cartas. En la Nochevieja de 2008, mientras Bernie
estaba en libertad condicional y bajo arresto domiciliario, Ruth acudió a
una estafeta de correos y les mandó a sus hijos y a otros familiares
cinco sobres blancos con sus posesiones más preciadas, que corrían el
riesgo de ser requisadas: un collar de diamantes, un anillo de
esmeraldas, dos juegos de gemelos y 13 relojes. El valor total era de un
millón de dólares. Los Madoff contravenían así la orden del juez de no
transferir propiedades a sus familiares, porque todo debía emplearse
para pagar indemnizaciones a las víctimas.
Bernie incluyó una nota
personal en los paquetes: "Queridos Mark y Andy, si podéis aguantar el
peso de conservar estos relojes, os los regalo con mi amor. Si no,
dádselos a alguien que pueda. Con amor, papá". Los paquetes fueron a
parar inmediatamente a manos del FBI. Los hijos no querían nada de su
padre. Según opina Brian Ross, jefe de investigaciones de la cadena
televisiva ABC en su estudio Las crónicas de Madoff, "algunos
investigadores creen que les mandaron las joyas a sus hijos para que
pudieran entregárselas a los agentes y destacarse todavía más como los tipos buenos en este escándalo, alejados de su padre".
"Abrí
el sobre y saqué lo que había en su interior", ha recordado Andrew en
la cadena CBS. "Era algo desgarrador. Reconocí aquellas joyas. Cosas que
le había visto llevar a mi madre a lo largo de los años. Y no entendía
cómo podía hacer algo así. ¿En qué estaban pensando? Y tres años después
le pude preguntar a mi madre qué tenían en mente cuando nos mandaron
aquellas joyas. No lo entendía. Y entonces me contó que ella y mi padre
habían intentado suicidarse y por eso nos mandaron esos paquetes".
LA ÚLTIMA VÍCTIMA
Dos
años después de ese envío, en diciembre de 2010, Mark, el primogénito,
se suicidó. Estaba con su hijo, Nick, en Nueva York. Su esposa,
Stephanie, había ido a Florida a pasar unos días de vacaciones en
Disneyworld con su hija Audrey. Mark mandó varios correos erráticos a
altas horas de la madrugada. Encerró a su hijo, que tenía dos años, en
una habitación y se colgó de la viga del salón con la correa del perro.
Era su segundo intento de suicidio. Entre ambos había implorado a su
madre que rompiera con su padre, sin éxito. Solo con su muerte logró ese
cometido. La pérdida de su favorito fue lo único que llevó a Ruth a
recoger los añicos de su orgullo y abandonar a Bernie.
Primero llamó a la cárcel y, a través de un capellán, le dio la noticia de la muerte a su marido.
Luego fue a verle en un cara a cara.
"Necesito
que me dejes marchar y que dejes de llamarme", le dijo. Él aceptó, pero
desde la soledad de la cárcel la siguió llamando, en un intento
desesperado por no perderla. Ruth cambió su número. Y desde entonces no
ha vuelto a saber de Bernie. "No hablar con Ruth es lo más duro", ha
dicho recientemente el propio Bernie en una entrevista con la periodista
Barbara Walthers. "Ruth no me odia. No tiene a nadie. Esto no ha sido
justo con ella. Ha perdido a su primogénito... Es una mujer abnegada a
la que el dinero nunca le importó".
Puede que, como dice Bernie, a
Ruth no le importara el dinero. Pero precisamente el dinero fue lo que
convirtió a una joven pareja judía de Queens en una dinastía de
patricios de Manhattan. Bernie, según decían sus inversores, era un Rey
Midas. Su capacidad de generar riqueza parecía proverbial. Y su ambición
sin medida y sin escrúpulos acabó por exigirle un precio más alto que
cualquier mansión o yate: su propia familia. Y también su honor.
Las propiedades de la familia
Un dúplex de 340 metros cuadrados en una de las zonas más ricas de
Nueva York (en la imagen superior). Una mansión de 800 metros cuadrados y
estilo mexicano en Palm Beach, área residencial de millonarios en
Florida. Un chalé de 400 metros cuadrados en los Hamptons, en la costa
de Nueva York. Un yate de 16 metros de eslora y seis plazas, apodado
'Toro', en Cap d'Antibes, Francia. Las propiedades de los Madoff en el
mundo se pusieron a la venta para restituir en lo posible a sus muchas
víctimas. También se subastaron posesiones más mundanas, como sus 250
pares de zapatos (en la imagen inferior), muchos de ellos hechos a
medida en Europa. Unas chinelas llevaban sus iniciales bordadas en oro.
En un botín semejante no podía faltar un Rolex, que se vendió por 67.500
dólares. Un collar de diamantes de Ruth recaudó 35.200 dólares, y su
anillo de compromiso, también de diamantes, alcanzó los 550.000. /
corbis
Un timo novelado
Una fiebre de sinceridad ha invadido a la familia Madoff en los
últimos días. Todo comenzó con un libro, publicado hace dos semanas y
titulado 'El fin de la normalidad', muy crítico con Bernie, escrito por
la viuda de su vástago, Stephanie Madoff Mack. "Odio a Bernie intensa y
meticulosamente desde que Mark me dijo lo que había hecho", escribe.
Sobre la matriarca del clan añade: "Ruth no se ha puesto de parte de su
marido. Se ha puesto de parte de un monstruo". Una semana después, Ruth
contraatacó. Dio una serie de entrevistas a los medios por primera vez
desde el arresto de su marido. En la más publicitada, en la cadena CBS,
confesó el intento de suicidio de Bernie y ella en Nochevieja de 2008.
Aquella era la ofensiva inicial en una gran campaña de promoción de un
libro escrito por Laurie Sandell con la colaboración de Ruth y su único
hijo vivo, Andrew. Por supuesto, ese libro, titulado 'Verdad y
consecuencias: la vida en la familia Madoff', es una reivindicación de
su inocencia. Ninguno
de los dos volúmenes ha logrado llegar a los primeros puestos de ventas literarias.
Un año después del suicidio del hijo mayor, la familia del sumo
estafador de la historia de Wall Street reaparece reivindicando su
inocencia. Una maniobra hipermediática que coincide con la promoción de
su libro de descargo
DAVID ALANDETE 05/11/2011
Vota
Resultado 40 votos
Comentarios - 11
El patriarca lo dejó todo preparado para caer solo. Con la
honra propia de un capo de la mafia, después de haberles estafado 65.000
millones de dólares a sus inversores, Bernie Madoff decidió hacer algo
honorable: confesar ante sus dos hijos, Mark y Andrew, para que ellos le
delataran y así, de forma honrosa, se exculparan. Estoico, asumió su
culpa y trató de exonerar a los suyos. Ahora, lo que queda del clan
intenta reescribir la historia reciente de su saga, para culminar la
obra que hace tres años comenzara su progenitor, el mayor ladrón de la
historia de Wall Street: restaurar el honor de los Madoff.
- Las propiedades de la familia
- Un timo novelado
Bernard L. Madoff
A FONDO
Nacimiento: 29-04-1938
Lugar:Nueva York
La noticia en otros webs
- webs en español
- en otros idiomas
"Me alegro de que el intento [de suicidio ] no tuviera éxito", ha dicho Ruth a la CBS"
Debemos aparecer y fingir que todo va bien", dijo Bernie a su esposa tras la confesión
Los dos hermanos, desde siempre rivales, quedaron unidos por la traición del padre
"Ruth es una mujer abnegada a la que el dinero nunca le importó", declaró Bernie en prisión
Bernie Madoff es, para la historia, un avaro, un desalmado, un
monstruo. A Ruth, su esposa, le ha costado verle así. Ella, que le había
conocido a los 13 años y se había casado con él a los 18, se mantuvo
fiel a su lado, aun en sus últimos días de libertad vigilada. Aguantó
que los tabloides neoyorquinos publicaran los nombres de las amantes de
Bernie. Que se escribiera sobre el abuso de la marihuana y la cocaína
por parte del matrimonio. Que los que habían sido sus amigos y vecinos
les trataran con una hiriente hostilidad. Ruth aceptó ser paria consorte
de Wall Street.
Solo ahora, Ruth Madoff busca paz. En una campaña
de reivindicación personal, ha comparecido ante los medios junto a su
hijo Andrew para explicarle al mundo que es inocente. Que no sabía nada
de los sucios negocios de su marido. Que ha roto con él. Ruth dice que
no supo ver el gran timo, tan ocupada estaba con su ropero de diseñador,
su apartamento en Manhattan, su chalé en los Hamptons, su mansión en
Palm Beach y su villa y yate en la Riviera francesa. Todo lo que ha sido
Ruth Madoff en las últimas dos décadas se lo debe a los 17 millones de
dólares en metálico que su marido robó a los clientes de su fondo de
inversiones.
LA PEOR HUMILLACIÓN PARA UNA MILLONARIA
En su
reciente campaña, Ruth, una mujer visiblemente derrotada, ha alegado
ceguera. "¿Por qué debía haber sabido que había algo siniestro en
nuestros negocios?", ha repetido en recientes entrevistas concedidas a
diarios y cadenas de televisión. Ha apelado a la compasión ciudadana. Y,
sobre todo, ha querido dar pena. No se explica de otro modo que haya
confesado, con voz ronca y mandíbula temblorosa, que el día de
Nochevieja de 2008 ella y Bernie tomaron un cóctel mortal del somnífero
Zolpidem y el ansiolítico Clonazepam. Dosis modestas, debieron ser. "Nos
levantamos al día siguiente. Me alegro de que el intento no tuviera
éxito", dijo en una comparecencia en la cadena CBS.
Y a pesar de
sus desesperadas peticiones de clemencia pública, muchas son las sombras
que proyectan los actos de Ruth antes de la confesión y arresto de
Bernie. ¿Por qué retiró 15,5 millones de dólares de diversas cuentas
corporativas, para dejarlos en un depósito personal, días antes del
arresto de su marido? Ella, que en los años sesenta había llevado la
contabilidad de las empresas de su marido, ¿ignoraba las extrañas
entradas y salidas de dinero en las cuentas? Mark, su hijo, le confesó a
su esposa, Stephanie, que cuando Bernie admitió sus delitos, Ruth se
quedó "con la cara en blanco, como una muerta viviente".
La nuera
de Ruth aún cree que ella sabía de la gran estafa antes que sus hijos. Y
que no hizo absolutamente nada para delatar a su marido.
Ruth ha
vivido la peor humillación a la que una señora rica se pueda someter:
está arruinada, confiscadas sus propiedades, cerradas las puertas de
familiares y amigos, sola en la vida por primera vez desde que alcanzó
la mayoría de edad. Cuando su marido se declaró culpable y fue condenado
a 150 años de prisión, nadie en Nueva York quiso alquilarle una casa.
Tuvo que recurrir a la infrecuente caridad de un conocido, que la aloja
en una casa de Florida. Desde allí conducía 12 horas para poder ver a su
marido en la prisión de Butner, en Carolina del Norte. Pasaba la noche
en un motel de carretera. Y volvía al día siguiente, conduciendo otras
12 horas más. El mismo ritual durante meses.
LAS CENIZAS DE LA FAMILIA MADOFF
De
aquella estirpe, antes poderosa, quedaba solo un ajado matrimonio.
Bernie había sido, más que un padre, un déspota. Dueño del dinero y de
los destinos de su mujer e hijos. La última vez que el clan Madoff se
reunió al completo en un mismo lugar fue en el apartamento de Bernie en
Manhattan, en la plomiza mañana del 10 de diciembre de 2008. En el salón
de paredes y alfombras verdes, el color de tanto dinero robado,
Ruth
ocupó un sillón de cuero. Era la esposa abnegada, acostumbrada a
aceptar órdenes, acallada con una sola mirada de Bernie. Los hijos,
Andrew y Mark, que nunca escaparon de la sombra paternal, con sus
futuros labrados dentro de la empresa familiar, tomaron asiento cerca. Y
el padre, el capo, el cabeza de familia, ocupó el centro, en un sofá.
"No
sé por dónde empezar". Las lágrimas asomaron en sus ojos. Entonces, los
hijos supieron que todo estaba perdido. Bernie nunca lloraba. "La
empresa es insolvente. Estoy arruinado. El dinero se ha esfumado. Se
acabó. Todo ha sido una gran mentira. Es un gran esquema Ponzi que he
mantenido durante años, y últimamente ha habido muchas amortizaciones y
ya no puedo mantener esto durante más tiempo. Simplemente, no puedo".
Llantos. "Os he estado mintiendo a todos durante años. He mentido a
vuestra madre, os he mentido a vosotros, he mentido a los clientes, me
he mentido a mí mismo".
Madoff les pidió a sus hijos una semana
para pagar a algunos clientes y tratar de echar algo de tierra en la
gran fosa de mentiras que era su empresa de inversiones. Mark, sin
embargo, no pudo tener a su padre delante durante un solo minuto más.
"¡Esto es una mierda!", le dijo. Y abandonó la habitación. Le acompañó
Andrew. Los dos hermanos, desde siempre rivales, quedaron unidos por la
traición del padre. De la casa de Bernie fueron al hotel Beekman Tower, a
encontrarse con el abogado criminal Marty London. En cuestión de horas
delatarían a su padre. A los ojos del mundo sería, inicialmente, una
traición de dimensiones freudianas. Dentro de la familia Madoff era,
probablemente, lo que el padre manipulador había planeado desde el
principio.
OBEDECER SIN PREGUNTAR
La noche de la confesión,
Ruth, impertérrita, se enfundó en una blusa de Prada, una falda de tubo y
unas botas de tacón, mientras fumaba compulsivamente. Su marido la
había ordenado que acudiera a la fiesta de Navidad en el restaurante
neoyorquino Rosa Mexicano, famoso por sus margaritas de granada.
"Debemos aparecer y fingir que todo está bien". "Sí, claro", respondió.
El papel de Ruth en 49 años de matrimonio había sido siempre el de
obedecer sin preguntar. En la fiesta, ante personas que perderían sus
empleos en cuestión de días, mantuvo la calma, con una sonrisa ausente.
"¿Dónde iréis en Navidades?", le preguntó una secretaria. "A Florida".
También esa casa, en Florida, había sido comprada con los ahorros
robados a aquellos empleados y a otros inversores.
Mientras, los
dos hijos desesperaban. La traición del padre les consumía. El más
devastado era el primogénito, Mark, el mimado de su madre. Simplemente,
se desmoronó. Tras delatar a su padre, ya en casa, se tumbó en la cama y
se puso a llorar, según rememora su viuda, Stephanie. "Nunca había
visto a nadie a quien quería tanto tan herido, tan profundamente
angustiado", recuerda. "Mi intento de consolarle se quedaba pequeño, era
inútil. Estaba agotado, conmocionado, mientras sus sentimientos pasaban
de miedo a incredulidad, de enfado a desesperación".
Mark no
volvería a hablar con sus padres. Su único contacto con ellos fueron
unas misteriosas cartas. En la Nochevieja de 2008, mientras Bernie
estaba en libertad condicional y bajo arresto domiciliario, Ruth acudió a
una estafeta de correos y les mandó a sus hijos y a otros familiares
cinco sobres blancos con sus posesiones más preciadas, que corrían el
riesgo de ser requisadas: un collar de diamantes, un anillo de
esmeraldas, dos juegos de gemelos y 13 relojes. El valor total era de un
millón de dólares. Los Madoff contravenían así la orden del juez de no
transferir propiedades a sus familiares, porque todo debía emplearse
para pagar indemnizaciones a las víctimas.
Bernie incluyó una nota
personal en los paquetes: "Queridos Mark y Andy, si podéis aguantar el
peso de conservar estos relojes, os los regalo con mi amor. Si no,
dádselos a alguien que pueda. Con amor, papá". Los paquetes fueron a
parar inmediatamente a manos del FBI. Los hijos no querían nada de su
padre. Según opina Brian Ross, jefe de investigaciones de la cadena
televisiva ABC en su estudio Las crónicas de Madoff, "algunos
investigadores creen que les mandaron las joyas a sus hijos para que
pudieran entregárselas a los agentes y destacarse todavía más como los tipos buenos en este escándalo, alejados de su padre".
"Abrí
el sobre y saqué lo que había en su interior", ha recordado Andrew en
la cadena CBS. "Era algo desgarrador. Reconocí aquellas joyas. Cosas que
le había visto llevar a mi madre a lo largo de los años. Y no entendía
cómo podía hacer algo así. ¿En qué estaban pensando? Y tres años después
le pude preguntar a mi madre qué tenían en mente cuando nos mandaron
aquellas joyas. No lo entendía. Y entonces me contó que ella y mi padre
habían intentado suicidarse y por eso nos mandaron esos paquetes".
LA ÚLTIMA VÍCTIMA
Dos
años después de ese envío, en diciembre de 2010, Mark, el primogénito,
se suicidó. Estaba con su hijo, Nick, en Nueva York. Su esposa,
Stephanie, había ido a Florida a pasar unos días de vacaciones en
Disneyworld con su hija Audrey. Mark mandó varios correos erráticos a
altas horas de la madrugada. Encerró a su hijo, que tenía dos años, en
una habitación y se colgó de la viga del salón con la correa del perro.
Era su segundo intento de suicidio. Entre ambos había implorado a su
madre que rompiera con su padre, sin éxito. Solo con su muerte logró ese
cometido. La pérdida de su favorito fue lo único que llevó a Ruth a
recoger los añicos de su orgullo y abandonar a Bernie.
Primero llamó a la cárcel y, a través de un capellán, le dio la noticia de la muerte a su marido.
Luego fue a verle en un cara a cara.
"Necesito
que me dejes marchar y que dejes de llamarme", le dijo. Él aceptó, pero
desde la soledad de la cárcel la siguió llamando, en un intento
desesperado por no perderla. Ruth cambió su número. Y desde entonces no
ha vuelto a saber de Bernie. "No hablar con Ruth es lo más duro", ha
dicho recientemente el propio Bernie en una entrevista con la periodista
Barbara Walthers. "Ruth no me odia. No tiene a nadie. Esto no ha sido
justo con ella. Ha perdido a su primogénito... Es una mujer abnegada a
la que el dinero nunca le importó".
Puede que, como dice Bernie, a
Ruth no le importara el dinero. Pero precisamente el dinero fue lo que
convirtió a una joven pareja judía de Queens en una dinastía de
patricios de Manhattan. Bernie, según decían sus inversores, era un Rey
Midas. Su capacidad de generar riqueza parecía proverbial. Y su ambición
sin medida y sin escrúpulos acabó por exigirle un precio más alto que
cualquier mansión o yate: su propia familia. Y también su honor.
Las propiedades de la familia
Un dúplex de 340 metros cuadrados en una de las zonas más ricas de
Nueva York (en la imagen superior). Una mansión de 800 metros cuadrados y
estilo mexicano en Palm Beach, área residencial de millonarios en
Florida. Un chalé de 400 metros cuadrados en los Hamptons, en la costa
de Nueva York. Un yate de 16 metros de eslora y seis plazas, apodado
'Toro', en Cap d'Antibes, Francia. Las propiedades de los Madoff en el
mundo se pusieron a la venta para restituir en lo posible a sus muchas
víctimas. También se subastaron posesiones más mundanas, como sus 250
pares de zapatos (en la imagen inferior), muchos de ellos hechos a
medida en Europa. Unas chinelas llevaban sus iniciales bordadas en oro.
En un botín semejante no podía faltar un Rolex, que se vendió por 67.500
dólares. Un collar de diamantes de Ruth recaudó 35.200 dólares, y su
anillo de compromiso, también de diamantes, alcanzó los 550.000. /
corbis
Un timo novelado
Una fiebre de sinceridad ha invadido a la familia Madoff en los
últimos días. Todo comenzó con un libro, publicado hace dos semanas y
titulado 'El fin de la normalidad', muy crítico con Bernie, escrito por
la viuda de su vástago, Stephanie Madoff Mack. "Odio a Bernie intensa y
meticulosamente desde que Mark me dijo lo que había hecho", escribe.
Sobre la matriarca del clan añade: "Ruth no se ha puesto de parte de su
marido. Se ha puesto de parte de un monstruo". Una semana después, Ruth
contraatacó. Dio una serie de entrevistas a los medios por primera vez
desde el arresto de su marido. En la más publicitada, en la cadena CBS,
confesó el intento de suicidio de Bernie y ella en Nochevieja de 2008.
Aquella era la ofensiva inicial en una gran campaña de promoción de un
libro escrito por Laurie Sandell con la colaboración de Ruth y su único
hijo vivo, Andrew. Por supuesto, ese libro, titulado 'Verdad y
consecuencias: la vida en la familia Madoff', es una reivindicación de
su inocencia. Ninguno
de los dos volúmenes ha logrado llegar a los primeros puestos de ventas literarias.
_________________
Só discuto o que nao sei ...O ke sei ensino ...POIZ
Vitor mango- Pontos : 118271
Re: Los Madoff imploran compasión
naliupost
???????????????
porque tudo o envolva dinheiro e Poder estamos a lidar com filhos da puta mesmo que a madame dita cuja se passeie pelos andores
O Barardo em Portugal entrou na mesma espiral de ganancia
por razoes obias jamais me veem postar la em baixo na mesa de economia ( mas as vezes vou...
Sou essencialmente sociologo ....ou seja ... fazer dinheiro para aumentar o poder ?
bye bye
???????????????
porque tudo o envolva dinheiro e Poder estamos a lidar com filhos da puta mesmo que a madame dita cuja se passeie pelos andores
O Barardo em Portugal entrou na mesma espiral de ganancia
por razoes obias jamais me veem postar la em baixo na mesa de economia ( mas as vezes vou...
Sou essencialmente sociologo ....ou seja ... fazer dinheiro para aumentar o poder ?
bye bye
_________________
Só discuto o que nao sei ...O ke sei ensino ...POIZ
Vitor mango- Pontos : 118271
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